Tuesday, August 31, 2004

EL HERMOSO ERROR


Caminando por la calle, jugando con su sombrilla, Jorge Amador se dio cuenta de que estaba desnudo. Y no le importó. Siguió caminando por la calle, jugando con su sombrilla.

FEDERICO AC.
31.08.2K4.
EL HERMOSO ERROR


Caminando por la calle, jugando con su sombrilla, Jorge Amador se dio cuenta de que estaba desnudo. Y no le importó. Siguió caminando por la calle, jugando con su sombrilla.


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Friday, August 06, 2004

Nueva Historia!!!
La verdad es que ésta es la traducción de un cuento que puede ser leído en http://six_overground.blogspot.com y se llama "Land of Why Not". Me gustó mucho, la traducción al Español me parece que necesita mucho trabajo, pero bien...
Enjoy!!!
LA TIERRA DE POR QUÉ NO


Permítanme empezar esta historia diciendo que no soy un hechicero, no soy un brujo y tampoco soy un mago de escenario que hace Abra-cadabra. No hago lo que hago por una paga, no lo hago por caridad. Lo hago por que no tengo nada más que hacer, porque es lo que hay que hacer.
He viajado por muchos pueblos y cada vez intento ayudar a aquél que necesite una mano. Tampoco soy sabio. Soy un peregrino. Soy el Errante.
Recibí este nombre cuando era joven, cuando lo árboles de mi vereda eran apenas niños y sus primeras flores olían tan delicadamente como la dulce brisa, que sus pétalos parecían las brillantes mejillas de las niñas en flor. Mi padre era un zapatero y mi madre cuidaba de mí, soy hijo único. El zapatero era un hombre cruel que solía darme sólo higos y agua para comer. Me mantuvo descalzo por muchos años hasta que llegué a ser la prueba viviente de la ironía en la vereda. Nunca dijo por qué me odiaba tanto, nunca moduló palabra sobre el asunto. Sólo se quedaba parado junto a la puerta viéndome dormir durante un rato, luego me tiraba cualquier cosa que tuviera a mano: una taza, un plato, un zapato. Cuando se iba, mi madre me daba un poco de pan y me ofrecía el patio de la casa para que me aseara, decía que no se atrevía a más temiendo la ira de su marido, mi padre, el zapatero.
Él solamente decía lo que era absolutamente necesario, hasta que cumplí dieciséis años. Un día llegó a la casa y se acercó a mi rincón dando grandes zancadas, me hizo temer por mi seguridad, yo era muy débil para defenderme, ni hablar de ser una amenaza. Me tomó por los hombros y me alzó tan fácilmente que parecía extender una camisa sucia, inspeccionando si tenía rotos. Sus ojos cavaron en los míos hasta que encontraron todo el miedo que parecían buscar.
- Te he mantenido descalzo todo este tiempo para que puedas resistir el duro suelo que recorrerás el resto de tu vida. He dejado que sientas hambre para que puedas pasar largos días con sus noches con la poca comida que, a duras penas, recibirás por compasión. Te he vestido con harapos para que resistas el frío crudo del invierno cuando no tengas donde dormir. Te quiero fuera de mi casa, lejos de la vereda. Si te vuelvo a ver, voy a matarte.
Entonces me empujó fuera de la casa que ya no era mía, me tiró al polvo de la calle, los que pasaban por allí me miraron y rieron. Mi madre se asomó a la ventana y mi padre la tomó por el cabello y la entró. No sentí odio por el zapatero, no le guardé ningún tipo de rencor. Muy dentro de mí sabía que debía haber habido una buena razón, estoy seguro porque cuando sus ojos se clavaron en los míos, los mío hicieron lo propio con los suyos y vi algo que nunca había visto: le vi temer. Lo que fuera que le atemorizaba fue algo que no supe hasta un par de años después, cuando se rumoraba que una plaga había acabado con la vida en mi vereda. La gente decía que era una mentira, pero, ¿Qué sabe la gente? Podemos olvidar el amor y llamarnos humanos cuando ignoramos la mano extendida del mendigo, vamos a las iglesias a rezar y en las calles predicamos sobre el prójimo. Enseñamos a los niños el valor de la vida y después no dudamos un instante en golpear con una palo al viajante descalzo. Todo era una mentira, por supuesto que mi vereda había sido arrasada por la plaga y yo había sido echado antes de convertirme en otra víctima. Mi padre me salvó. Me enseñó cómo sobrevivir, incluso bajo techo. Me dio todo lo que necesitaba para desconfiar de los hombres y sus costumbres y me demostró que la justicia sí existe. El zapatero me salvó, y eso ha sido la más grande prueba de amor que he atestiguado alguna vez.

Ahora soy viejo, y me han llamado de muchas formas en mis días. Tonto, hechicero, mendigo, predicador, violador. Ninguno me toca, nadie me ha llamado Errante en la forma en que la gente de mi vereda lo hizo mientras me alejaba. Gritaron la palabra una y otra vez y me lanzaban piedras, los niños corría tras de mí golpeando mis piernas con varas, las mujeres salían de las casas y me arrojaban agua caliente dando alaridos, diciendo que de seguro yo era una persona terrible para enfurecer al zapatero que era noble y bueno. Decían que tenía que haber hecho algo espantoso para agotar la paciencia de ese buen hombre.
Y me llamaron Errante.
Visité vereda tras vereda y en todas ellas me refugiaron y en todas ellas fui discriminado. En todas ellas me pidieron consejo y luego fui echado por el sacerdote del pueblo, y los feligreses fueron fieles y me arrojaron a mi suerte de nuevo. Ya nunca supe como era mi hogar después de haber sido desterrado por primera vez porque nunca me llamaron Errante otra vez. Conocí mujeres que me pagaban con monedas de oro por complacerlas en formas que sus maridos no lograban. ¿Por qué un peregrino? Porque nadie hablaría, nadie apuntaría su dedo. Hubo otro tipo de gente que me buscaba junto a los ríos o bajo a los puentes para apalearme hasta quedar exhaustos. ¿Por qué un peregrino? Porque nadie se preocupa por él, nadie echaría culpas. Nadie apuntaría su dedo. Algunos poetas tontos vinieron a mí una u otra vez pidiendo sabiduría, sólo recibieron silencio. A cambio los escuchaba llorar y llorar por amores imposibles. Varias viejas locas venían en la noche mientras dormía y cortaban pedíos de mi ropa o mechones de mi cabello, cuando despertaba las veía con su botín diciendo que habían conseguido el último ingrediente de sus pociones mágicas.
Vereda tras vereda
Durante mucho, mucho tiempo.

Ahora he decidido detener mi errar. He caminado tanto que mis pasos me han traído de vuelta al primer lugar de donde fui echado. La cabaña de mis padres no ha cambiado mucho excepto por el techo, que ya no está. El sucio rincón donde yo solía dormir es aún el más desagradable de todo el lugar. La puerta sigue cerrada. He entrado por una ventana, la misma ventana desde la que mi madre me vio antes de que la noble y paciente mano del zapatero la entrara. Todo está en ruinas, la mesa ha sido devorada por las termitas, los platos están rotos por todas partes y cada taza que recuerdo mi padre me lanzó, está llena de agua-lluvia. La habitación de mis padres es un lugar nuevo para mí, nunca se me permitió verla. Por supuesto jamás imaginé que podría ser tan oscura, tan enteramente deprimente y, sin embargo, mientras miró las ruinas que solían ser la cama, siento algo de regocijo. Recuerdo al hombre que me salvó y a la mujer que me salvó del hombre que me salvó.
Me siento en el piso y al mirar alrededor me pregunto un “por qué no”. Esta gente me amaba, ¿Por qué no? La gente de las veredas que he visitado me necesitaba ¿Por qué no? Todos estos años de vagar han sido necesarios para llegar hasta este punto ¿Por qué no?
Miro en la oscuridad de esta habitación y en tanto me topo con una caja que nunca había visto la pregunta sigue latiendo como un corazón nuevo: ¿Por qué no perdón? ¿Por qué no familia? ¿Por qué no paz, comprensión, amor?
Cuando veo en la caja dieciséis pares de zapato que ascienden en talla pienso en aquél zapatero y sus largos días y noches en su taller, y pienso en la mujer que me daba pan cuando él no estaba. Entonces, la primera lágrima de alegría que he llorado en mi vida empieza a resbalarse por mi mejilla y siento que en verdad este es mi hogar.


FEDERICO AC.
Traducido 06.08.2K4.